Las mentalidades retrógradas y egoístas sirven de bien poco a la hora de paliar los efectos de una gran tragedia global como la que está provocando la pandemia de COVID-19. Todo lo más lo único que conseguirán es agravar todavía más los efectos del desastre.
Así que sí, los negreros del siglo XIX, que se alzaban en armas contra un gobierno que les impedía lucrarse con la esclavitud, están directamente relacionados con los negreros del siglo XXI, que protestan contra gobiernos que imponen restricciones durante una pandemia porque consideran que tales medidas atentan contra sus privilegios y les perjudican económicamente, por mucho que sean medidas destinadas a ralentizar la velocidad de los contagios y, por ello, busquen minimizar el número de muertes e impedir que el sistema sanitario se colapse. Esta especie de “anarcofascismo” ese “yo sólo miro por mí y que se joda el resto del mundo”, hunde sus raíces en el pensamiento liberal clásico, que ensalza las libertades individuales. Pero es una libertad entendida únicamente desde una posición de poder y privilegio, el derecho que se arrogan las élites de actuar siempre en su propio beneficio y a costa de pisotear a todos los demás, pues entienden que ningún gobierno o poder público tiene autoridad para impedírselo. El Estado está para blindar sus privilegios e imponer al resto de la sociedad cuantas medidas sean necesarias para que ellos sigan manteniendo su estatus, no para decirles lo que tienen que hacer, porque de ser así se consideran agredidos. Una vez más la mentalidad de los negreros tejanos. En las últimas décadas dicho pensamiento evolucionó y se ha convertido casi en dogma de fe para muchos, el fundamentalismo neoliberal del libre mercado, que tiene mucho de todo esto. Un dogma que se implantó firmemente en todo Occidente. Desregulación en el ámbito de la economía, desmantelamiento del sector público y mercantilización de sus servicios, políticas fiscales muy favorables para las grandes fortunas, precarización del mercado de trabajo y pérdida de derechos laborales, deslocalización de industrias a terceros países con mano de obra muy barata y políticas de control muy laxas… Cuando te han estado mimando durante tanto tiempo tal vez no siente demasiado bien que lleguen y te digan NO por primera vez.
Ha tenido que llegar el SARS-CoV-2, un humilde virus a pesar de todo, para dejar en evidencia muchas de las presuntas “verdades sagradas” del fundamentalismo neoliberal. Los “mercados” no son unas entidades que floten sobre el común de los mortales, más allá del bien y del mal, dependen de las personas, como asimismo lo hace la economía en general. Y cuando la sociedad en su conjunto se ve afectada por una grave anomalía como lo es esta pandemia, la Economía (así en mayúsculas) tiene que quedar al abrigo del paraguas protector del Estado, que es el único con capacidad para hacer frente a una situación así e impedir que todo se desmorone. Frente al virus los mercados no sirven para nada y en lo único en que podemos confiar es en la capacidad de los poderes públicos para gestionar la crisis. Cuando estos han quedado gravemente debilitados por años de recortes y políticas ultraliberales, no sólo salen a relucir lo suicidas que pueden llegar a ser dichas políticas, sino también la irresponsabilidad y putrefacción moral de las élites que las abanderaron. Es eso lo que se ha estado viendo en Madrid, no sólo con las caceroladas de lujo en el barrio de Salamanca, sino también con las actuaciones de su gobierno autonómico, en manos de alguien tan poco fiable como Díaz Ayuso. No olvidemos que la capital de España tiene un ratio de muertes por cada 100.000 habitantes que casi podríamos considerar como desorbitado, que no pocas residencias se convirtieron más bien en mataderos de ancianos y que la situación de su sistema sanitario no está ni mucho menos normalizada (la atención primaria, por ejemplo, sigue sin funcionar como debiera). Ante una situación así, y como es de todos sabido que sigue sin haber vacuna a la vista, las restricciones al movimiento y las medidas de distanciamiento social son la única medida fiable para contener los contagios (no lo digo yo, para una explicación más exhaustiva de cómo ha contribuido la movilidad de la gente a la expansión del virus en España, afectando mucho más a unas provincias que a otras, recomiendo este artículo del portal científico Naukas). A pesar de ello el ejecutivo ultraconservador de Ayuso no tiene reparos en seguir reclamando el paso de la comunidad madrileña a Fase 1, cuando ni tan siquiera se ha molestado en corregir las deficiencias que se le remarcan para poder hacerlo y a pesar de las advertencias de los especialistas en la materia del peligro que eso podría suponer. Pero no, la presidenta (por llamarla de alguna manera) y su adláteres siguen haciendo pucheros y presentándose como las víctimas de la inquina del gobierno central, en lugar de ponerse a trabajar para solucionar los problemas de verdad. Ahora cuentan con aliados incondicionales en sus pataletas, gente por supuesto a la que la sanidad pública no les importa lo más mínimo, ya que jamás han sido sus usuarios. Más bien lo suyo era desmantelarla para convertirla en un negocio con el que lucrarse. Sí, quizá también se estén manifestando porque temen que no se lo vayan a permitir.
Porque detrás de todo esto, no lo olvidemos, se encuentra otro dogma de fundamentalismo neoliberal. Aquel que reza que la economía ha de estar por encima de la vida humana. Y cuando hablo de economía me refiero por supuesto a la personal de los miembros de la élite, no desde luego a la economía de los ciudadanos corrientes, que puede ser arrasada sin miramientos para hundirlos en la miseria. Detrás de esta lógica, que prima casi exclusivamente los intereses del gran empresariado y las clases más pudientes, se encuentran estrategias desastrosas como la pretensión de tratar de desarrollar la inmunidad de grupo, que no es otra cosa que permitir que se contagie de forma “controlada” hasta el 60% de la población, más o menos, tratando de imponer las mínimas restricciones posibles para no afectar a la economía. Ya vemos los resultados que eso ha dado en Reino Unido, que no en balde está gobernado por un ultraliberal reaccionario como Boris Johnson. Aun antes de que empezara lo peor las autoridades sanitarias ya daban la voz de alarma, advirtiendo de que el sistema no estaba ni de lejos preparado y se avecinaba el desastre. Después de que el señor Johnson pasara por el hospital afectado de COVID-19 e hiciera el ridículo, Gran Bretaña sigue pagando muy cara esta estrategia inicial, que luego tuvo que desecharse. A día de hoy son más de 30.000 muertos, superando a España, y eso que todavía no se ha llegado al famoso “pico de la curva”. Otro país que ha apostado por la fallida estrategia de la inmunidad de grupo ha sido Suecia, tal vez por motivos un tanto distintos. Nuevamente los resultados no le dan la razón, con un ratio de más de 36 muertes por cada 100.000 habitantes (inferior al de España, pero no olvidemos las características del país y su densidad de población), las cifras son abrumadoramente más altas que las de sus vecinos escandinavos, que sí optaron por el confinamiento (ver el artículo Suecia apostó por la inmunidad de grupo y ha pagado un precio muy alto).
Pero si hay una nación que está pagando muy caros los esperpentos de su gobernante y su catastrófica no gestión de la crisis, esta no es otra que los Estados Unidos de Trump. Casi podría decirse que, desde el despacho oval de la Casa Blanca, el impresentable en jefe parece estar conduciendo el Imperio Americano hacia la hecatombe. Ya a primeros de marzo, cuando el COVID-19 fue catalogado como pandemia y el mundo entero sabía que teníamos un problema muy pero que muy serio, Trump seguía infravalorando la amenaza con su habitual chulería, por lo que no se tomaron medidas de ningún tipo para contener la expansión de la enfermedad aun cuando los casos en el país se multiplicaran. Sí, después comenzó a cargar contra la OMS y contra China, culpándolos de lo que estaba pasando en territorio estadounidense e iniciando la ya previsible campaña de insultos, amenazas y juego sucio, pues poco más sabe hacer este sujeto ¿Culpar a los chinos y a agencias internacionales de que el virus se expanda sin control por el país y haya matado a decenas de miles de personas? Nuevamente volvemos a las imágenes de los tipos armados manifestándose en contra de las restricciones. Y más aún, porque la América de Trump es el máximo exponente del fundamentalismo ultraliberal, de un gobierno del 1% más rico, hecho por ese 1% y exclusivamente para el 1%. Pensando únicamente en la reelección y en la economía (de las élites, se sobreentiende) el presidente tiene mucha prisa en levantar las restricciones en todo el país, todo y que eso podría empeorar muchísimo más una situación ya de por sí desastrosa. No hace mucho Rick Bright, experto en enfermedades infecciosas, compareció en el Congreso de Estados Unidos indicando que “América se enfrenta al invierno más oscuro de su historia reciente” de no tomarse las medidas necesarias, reconociendo que “el país ignoró las evidencias tempranas” de lo que podría terminar ocurriendo (ver el siguiente vídeo).
Vale, es sólo un tipo dando su opinión, por muy fundamentada que esté. Pero hay muchas más evidencias de cómo Trump y sus esbirros le han allanado el camino al virus. Un demoledor editorial de la revista The Lancet, una de la publicaciones médicas más prestigiosas del mundo, carga contra el desmantelamiento de los CDC (Centros de Control y Prevención de Enfermedades) por parte de la actual Administración. Estos organismos públicos han sufrido especialmente bajo la “furia ultraliberal” trumpiana, hasta el punto de haber perdido buena parte de su eficacia ¿Tendrá eso algo que ver con lo que está pasando? Que cada uno saque sus propias conclusiones. Tres cuartas partes de lo mismo se puede decir con el muy decidido desmantelamiento de la legislación medioambiental que el presidente ha llevado a cabo durante este su mandato, y que la población puede también terminar pagando muy caro. Porque lo del medio ambiente no sólo tiene que ver con salvar árboles y proteger animalitos, se centra especialmente en la salud pública. Podría ser casual, pero dos de las regiones europeas con mayores tasas de mortalidad por COVID-19, Madrid y Lombardía (Italia), son asimismo las que presentan unos peores índices de contaminación del aire (ver este artículo). Que la contaminación afecta a la salud es algo que nadie puede negar, por lo que es prudente afirmar que nos hace más vulnerables a las enfermedades infecciosas. Así que no, si desmantelas las leyes que protegen la calidad del aire o el agua y luego sufres una epidemia devastadora, y si haces lo mismo con la red pública de centros de control diseñada precisamente para evitar eso mismo, no puedes andar culpando a otros del desastre. La culpa es casi exclusivamente tuya.
Así ha llegado Estados Unidos a su situación actual, gracias a la mentalidad retrógrada, egoísta y antisocial de esos negreros del siglo XXI capitaneados por el presidente Trump. La crisis del COVID-19 ha traído más de 36 millones de nuevos parados en el país (cifra de mediados de mayo), durante el primer trimestre del año la economía se ha contraído cerca de un 5% y, según las previsiones de Goldman Sachs, en el segundo podría hacerlo hasta en un 34%. Ni tan siquiera el ejército se libra, con polémicas incluidas, como la que provocó la destitución del capitán del portaaviones nuclear USS Theodore Roosevelt, Brett Crozier, tras salir en defensa de sus marineros por el brote de coronavirus que estaba afectando al barco y que ya había provocado la muerte de un miembro de la tripulación. El episodio tuvo más repercusión de la esperada y terminó asimismo con la destitución del secretario de la armada Thomas Modly, mientras los medios ensalzaban el valor del capitán Crozier y lo convertían en el héroe del momento. Pero detrás de esta historia hay mucho más y, para poder entender mejor las implicaciones, recomiendo leer el artículo ¿Marcará esta pandemia el final de la flota de portaaviones estadounidenses? En resumen, por muchos cuentos que nos haya contado Hollywood, al final parece que el que se suponía que era el mejor ejército de la galaxia no estaba ni de lejos preparado para afrontar una crisis de estas características. Así, la respuesta de Estados Unidos frente a la pandemia más bien se puede calificar como de “anti liderazgo”, pues ni tan siquiera saben solucionar el problema de puertas para adentro. No digamos ya en el exterior.
Arriba casos detectados de COVID-19 en las distintas bases de militares de Estados Unidos a principios del mes de abril. Dada la dinámica de expansión del virus es muy probable que, a día de hoy, esta cifra sea muy superior. (Fuente: Departamento de Defensa). |