La siguiente simulación ha sido realizada por un equipo de expertos de la Universidad de Princeton. No por previsible, el resultado de este conflicto nuclear ficticio debe dejarnos indiferentes. Ahora como en tiempos de la Guerra Fría nadie puede resultar vencedor en un enfrentamiento de esta clase.
El Plan A es una simulación por ordenador que comienza con un ataque ruso a una base de la OTAN en Europa central, en el que se emplean armas nucleares tácticas. Dicho ataque se desencadena en el contexto de un conflicto convencional, en el que Rusia interpreta que la única forma de detener una inminente agresión a gran escala contra su territorio, es lanzar este ataque nuclear de advertencia (lo que en el vídeo denominan warning shot). El desencadenante inicial es lo de menos, lo mismo que su justificación, lo importante es ver el desarrollo del enfrentamiento una vez uno de los contendientes ha decidido cruzar la línea roja nuclear. Lo que viene a continuación es la consabida hecatombe, al iniciarse la espiral descendente de ataques y contraataques que conducen a la devastación de los territorios de las superpotencias enfrentadas. El resultado final es realmente sobrecogedor, en poco más de una hora el conflicto ha dejado más de 90 millones de muertos y alrededor de 55 millones de heridos, amén de los principales centros urbanos e industriales por completo arrasados. Y esto teniendo en cuenta únicamente el daño inmediato producido por los ataques, no el incontable número de personas que enfermarán más tarde a causa de la contaminación radiactiva, o los que perecerán por otros motivos en la ruina y el caos de una posguerra nuclear. La conclusión es clara, en un conflicto así sólo hay perdedores. De ahí el nombre la simulación, Plan A, porque después de éste no hay ningún otro.
Llama la atención la estética de “Juegos de Guerra” de la simulación, en un claro homenaje a la conocida película del mismo nombre de 1983. Pero no nos llevemos a engaño, la simulación se basa en la actual correlación de fuerzas entre Estados Unidos y Rusia, un escenario en el que hay “tan solo” unas 14.400 armas nucleares (nada en comparación con las 50.000 cabezas que había en plena Guerra Fría). Poco importa que se hayan reducido los arsenales, con los actualmente existentes sobra para provocar igual un holocausto nuclear.
Muchos dirán que la simulación contiene fallos importantes o que no es del todo realista. Podríamos decir por ejemplo que el gasto militar estadounidense es, actualmente, más de diez veces el ruso (649 mil millones dólares frente a algo más de 61 mil millones, según datos de 2018) o que, con los actuales escudos antimisiles, Europa occidental y Norteamérica estarían a salvo de casi cualquier ataque y que eso bastaría para minimizar los daños. Sin embargo, tanto en un caso como en el otro, las apariencias engañan. Gastarse muchos miles de millones de dólares en armamento no tiene por qué ser sinónimo de un poder y eficacia militar equivalentes. Buen ejemplo de ello es el ranking Global Fire Power, que establece la fuerza militar (denominada PwrIndx) de cada país atendiendo a 55 factores de diversa índole, lo cual lo hace más objetivo, y no solo teniendo en cuenta el gasto en Defensa. La baremación establece que, cuanto más próxima sea la cifra a cero, mayor será el poder militar. Y ahí es donde comprobamos las diferencias con respecto al ranking en función del gasto (en referencia al mismo ver esta noticia del portal Sputnik). En uno y otro caso Estados Unidos lidera la lista, pero lo llamativo viene al comparar su PwrIndx con el de Rusia. Haciéndolo vemos que ambas potencias siguen estando casi a la par en lo que respecta al poder militar (0,0615 frente a 0,0639), seguidas muy de cerca por China, segundo país por gasto militar (250 mil millones de dólares en 2018) y tercero según su PwrIndx (con un valor de 0,0673). En esencia lo que este último índice viene a decirnos, es que las tres mayores superpotencias militares del planeta disponen de un poder bastante igualado. Esto, traducido a la simulación que nos ocupa, viene a significar que la destrucción mutua asegurada está prácticamente garantizada en caso de conflagración nuclear.
Aquí vemos que, en lo que al arte de la guerra se refiere, tirar de billetera no garantiza tener el mejor de los ejércitos. Si no que se lo digan a Arabia Saudí, que venía presumiendo de ser el tercer país en gasto militar (más de 67 mil millones de dolares en 2018, ¡por encima incluso de Rusia!), pero que va de humillación en humillación en Yemen, un atroz cenagal en el que ha quedado atrapado cuando en 2015 se las prometía muy felices. El penúltimo y durísimo golpe recibido fueron los ataques a las refinerías de Abqaiq y Khurais, que pusieron en jaque la exportación de crudo de la dictadura feudal de la casa de Saud, pilar básico de su opulencia. Drones de 15.000 dólares poniendo en evidencia al sofisticado sistema antimisiles estadounidense Patriot, de hasta 6 millones de dólares (para saber más acerca de este asunto recomiendo los artículos Los drones de los huthis abrieron la caja de Pandora y ¿Por qué no pueden aceptar que los huzíes atacaron las refinerías de Arabia Saudí?). Tal puede llegar a ser la desviación entre gasto en Defensa y poder militar efectivo que la propia Arabia Saudí tiene un PwrIndx valorado en 0,4286, muy pero que muy por debajo del de Rusia (cuando repetimos que los saudíes gastan más en armamento), pero que además la sitúa incluso más abajo que su gran adversario regional, Irán (con un PwrIndx de 0,2606, a pesar de tener un presupuesto militar de poco más de 13 mil millones de dólares).
En resumen, que como en otras muchas facetas de la vida, las apariencias engañan también en este caso. El problema estriba en que los juegos de guerra son algo quizá demasiado serio. Tal vez la intención del equipo de la Universidad de Princeton, al elaborar la simulación, haya sido esa. Al evocar con su estética vintage la mítica película “ochentera” protagonizada por Matthew Broderick, también evocan su mensaje. Da igual las vueltas que le demos o las mil y una estrategias que diseñemos, el resultado siempre será el mismo. Uno tan aterrador y absurdo que no merece la pena jugar. Porque, tal y como la propia supercomputadora de film termina reconociendo al final, la única manera de ganar es no jugar.