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Al comparar lo que sucede, o ha sucedido, en Occidente con lo acaecido en otras partes del mundo muy a menudo salta a la vista la diferencia de tratamientos. Si las comparaciones son a veces odiosas, en el caso que nos ocupa pueden llegar a serlo mucho más.

     ¿Son similares las dos fotografías que se muestran más arriba? De entrada podemos decir que guardan bastantes similitudes, pues muestran imágenes de protestas callejeras ciertamente multitudinarias. Gente indignada, o mejor cabría decir cabreada, con sus respectivos gobiernos y que decide salir a la calle para manifestarse; protagonizando actos de violencia en algunos casos. Los manifestantes cubren sus rostros, bien para protegerse de los gases lacrimógenos lanzados por la policía, bien para evitar ser identificados. Hay fuego, humo, barricadas, lanzamiento de objetos contundentes y una firme actitud de desafío frente a las autoridades. Pasan las semanas y las protestas se mantienen, lo mismo que el problema de fondo que parece haberlas generado. No creo que haga falta decir que las imágenes corresponden en uno de los casos al llamado Movimiento de los Chalecos Amarillos en Francia y, en el otro, a las protestas desatadas en la ciudad autónoma de Hong Kong.

      Ahora bien, ¿realmente podemos comparar ambas protestas como si fueran más o menos lo mismo, ciudadanos corrientes rebelándose contra el poder establecido? En Francia algunas voces han señalado la solidaridad que, supuestasmente, manifestaron ciertos líderes de los Chalecos Amarillos para con los “revolucionarios” hongkoneses en su lucha por la libertad frente al totalitarismo de Beijing. Pero tal y como señala Peter Koenig (economista y analista político, que trabajó durante tres décadas para el Banco Mundial) en su artículo Hong Kong and the audacy of the U.S (para leer el mismo texto traducido ir a este enlace de El espía digital), a parte de por ser protestas callejeras, los dos movimientos son radicalmente distintos en cuanto a motivaciones y, todavía más importante, en cuanto a lo que hay detrás de ellos. “El gobierno de Macron está creando pobreza, trasladando los recursos financieros, los pocos que quedan, de abajo hacia arriba. Eso es contra lo que estamos luchando y protestando (…). Verá, todo esto no tiene nada que ver con las protestas de Hong Kong financiadas por Washington y dirigidas en nombre de Washington contra el gobierno de China continental”; declara uno de los líderes de los Chalecos Amarillos.
      Se podría decir más alto pero no más claro. Las movilizaciones de los Chalecos Amarillos llevan reproduciéndose ya durante 40 semanas consecutivas, en las que la brutalidad policial para con los manifestantes no siempre violentos ha sido la nota dominante. Durante los primeros seis meses de protestas el balance fue de 11 muertos, más de 4.000 heridos y 12.000 detenidos, lo que da idea de la magnitud de la respuesta del ejecutivo galo. Para entrar en detalles recomiendo leer el artículo “Un paso más hacia el fascismo”, del blog El territorio del lince, donde se pone de manifiesto el nuevo tratamiento que la CRNLT (en francés Coordinación Nacional de Inteligencia y Lucha contra el Terrorismo) da a la “violencia insurgente o insurreccional” de los Chalecos Amarillos. Sí, como suena, el gobierno de Macron busca equiparar a los manifestantes con terroristas y piensa darles un tratamiento similar. Esto explicaría las 175 detenciones preventivas que, el pasado 14 de julio, efectuó la policía con objeto de impedir incidentes en París durante la celebración de la Fiesta Nacional. Personas detenidas sin que mediara acusación de haber cometido delito alguno, atendiendo únicamente a su perfil ideológico y a la sospecha de que planeaban organizar “protestas no autorizadas”, por lo que serán procesadas por cargos de rebelión. Claramente ésta no es la forma de actuar de un estado democrático que respeta las libertades ciudadanas, ya que se parece más bien al proceder de un régimen dictatorial.

     ¿Se podría esperar que el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, e incluso otros pesos pesados de la administración Trump como Bolton y Pompeo, se reunieran con los líderes de los Chalecos Amarillos para mostrar abiertamente su apoyo a las protestas? Y es más ¿Se podría esperar que Washington o Londres se avinieran a financiar generosamente la lucha de este movimiento en contra del actual gobierno francés? De entrada eso suena a un auténtico disparate. Todo y que con el paso del tiempo han sido víctimas de un evidente desgaste, los Chalecos Amarillos llevan luchando desde el pasado otoño prácticamente solos. Ni los partidos de izquierdas, ni los sindicatos en su mayoría y mucho menos los medios de comunicación hegemónicos les han apoyado. Pero los manifestantes ahí siguen a pesar de todo, sin esperar por supuesto que ningún gobierno extranjero acuda a arroparles.

      Ésta es la gran diferencia con las protestas en Hong Kong. El régimen del PCCh (Partido Comunista Chino) muestra un escaso respeto por las libertades y los derechos humanos. Eso lo compro sin problemas. La ley de extradición que se pensaba aprobar podría suponer que se abriera la veda para la persecución indiscriminada de los disidentes que se refugian en la ex colonia. Vale, eso también puedo comprarlo. Incluso podría comprar el miedo de muchos manifestantes a que, dentro de 28 años (cuando expira el periodo de 50 años concedido tras la devolución a manos de los británicos en 1997), Beijing liquide la autonomía política y económica de la que actualmente disfruta Hong Kong. Pero, tal y como el propio Koenig señala, el descarado apoyo que tanto Estados Unidos como el Reino Unido han mostrado hacia las protestas, en menor medida también otros países occidentales, roza la injerencia en los asuntos internos de una nación soberana como China. Tanto Pence, como Bolton y Pompeo se han reunido con líderes opositores como Jimmy Lai, un magnate de la comunicación hongkonés a menudo presentado por los medios occidentales como “un defensor de la democracia”. La cobertura dada desde aquí hace hincapié en esto último, la retórica de los heroicos y ejemplares “luchadores por la libertad”. Pero las protestas han tenido en ocasiones un carácter extremadamente violento, con el lanzamiento de artefactos incendiarios contra la policía, corte de vías públicas con barricadas incendiadas, gravísimos desperfectos en el mobiliario urbano e incluso ocupación por la fuerza de grandes infraestructuras de la ciudad como su aeropuerto, lo que terminó paralizándolo momentáneamente. Todo esto supone evidentemente pérdidas multimillonarias para Hong Kong y, a diferencia de lo sucedido en Francia, la policía ha sido mayormente comedida. Prueba de ello es que, a pesar de toda la violencia desatada tras 19 semanas de protestas, todavía no se ha registrado ni una sola víctima mortal.

      Que no le quepa la menor duda a nadie. Una vez retirada la tan polémica ley de extradición, el detonante inicial, si las protestas continúan y se agravan es porque detrás se esconde la injerencia de Estados Unidos. No en balde todo esto se enmarca en el pulso geoestratégico que Washington mantiene con el gigante asiático, para impedir que éste pueda disputarle la hegemonía, cuanto menos, en el entorno Asia-Pacífico. Guerra comercial, tensión militar en el Mar de China Meridional, ofensiva del gobierno estadounidense contra el gigante tecnológico chino Huawei y, por último, alzamiento popular en Hong Kong. Todas distintas caras de un mismo conflicto poliédrico. “Los ideólogos de los gobiernos occidentales nunca cesan en sus esfuerzos por crear disturbios contra los gobiernos que no son de su agrado, a pesar de que sus acciones han causado miseria y caos en un país tras otro en América Latina, África, Oriente Medio y Asia. Ahora están intentando el mismo truco en China”, se podía leer el pasado 3 de julio en el diario The China Daily. Puede pasar por una simple declaración propagandística filtrada por el propio PCCh, pero contiene su parte de verdad. Que miembros del gobierno estadounidense hayan aplaudido las protestas, que se reunieran con líderes opositores y que, en las manifestaciones, se viera a no pocas personas ondeando banderas de Estados Unidos y el Reino Unido, da para sospechar y mucho.

     Todo esto sigue perfectamente el guión de las tristemente célebres revoluciones de colores, de las que Estados Unidos se ha servido para desestabilizar y derrocar gobiernos por medio mundo (justo tal y como denunciaba el citado rotativo chino). De hecho las acciones subversivas en Hong Kong podrían estar financiadas por una falsa ONG, la National Endowment for Democracy (o NED), que no es otra cosa que un instrumento de la CIA para patrocinar golpes encubiertos. En resumen, poco o nada que ver con el Movimiento de los Chalecos Amarillos, una comparación odiosa, ya que Washington y Londres pretenden usar Hong Kong como cuña para desestabilizar China. Anclados en sus ansias de dominación neocolonial (los británicos nunca se terminaron de ir del todo) tal vez no entiendan que están usando una cuña demasiado débil. La ex colonia ya no tiene el peso económico que tenía en los 90 y otras grandes urbes chinas, como Shanghai o la vecina Shenzhen, terminarán sustituyéndola también como los grandes centros financieros de Asia. Todo parece indicar que Hong Kong está, y seguirá estando, en irreversible declive, pero aun así no hay que subestimar, ni mucho menos, la tremenda capacidad para hacer daño de los señores del caos.

     Y siguiendo con las comparaciones odiosas entre Occidente y sus adversarios geopolíticos vayamos con otro asunto de cadente actualidad, en este caso nacional. Para ello me referiré primero al último exitazo de la cadena HBO, la miniserie Chernobyl. En los últimos meses han corrido ríos de tinta sobre ella, ensalzándola o criticándola, y yo opino que tiene un poco de todo. Desde el punto de vista de las puestas en escena, la fotografía, la reproducción de los escenarios, el montaje y las interpretaciones de los actores considero que la producción tiene una factura ciertamente impecable. Pero el guión es evidentemente tramposo y contiene numerosas inexactitudes y falsedades (tal y como revela el artículo de Forbes Chernobyl de HBO: pura ficción). Y obviamente esconde un mensaje propagandístico para mostrar al sistema soviético como el gran villano al que se enfrentan los héroes científicos que protagonizan la serie, aunque sea precisamente el hecho de que los científicos sean los héroes una de las cosas que más me gustan de ella (hablando de ficción televisiva, claro está). La imagen del individuo, visionario y tenaz, sobresaliendo de manera brillante por encima de una masa mediocre y servil, y enfrentado a ese monstruo informe que era el régimen de la URSS; un régimen insensible, despiadado, carente de imaginación, mezquino, corrupto y decadente. Son finalmente estos héroes individuales, mucho más que el esfuerzo colectivo, los que fuerzan esa ruptura que lo cambia todo. Sin lugar a dudas un mensaje que casa muy bien con los valores liberales tan propios de Occidente, que ensalzan principalmente al individuo en detrimento de la colectividad.

     ¿Pero qué tiene todo esto que ver con las comparaciones odiosas y la actualidad nacional? A eso vamos. Chernobyl termina mostrando que fueron precisamente la inoperancia, oscurantismo y autoritarismo del sistema soviético los causantes últimos de la terrible catástrofe nuclear. Fueron sus dirigentes los que ocultaron las fatales deficiencias del reactor y no hicieron nada para prevenir el accidente para no dejar en evidencia al régimen. Qué cosa tan horrenda el Comunismo, parece ser la conclusión final. Claro, en Occidente estas cosas no pasan. Por aquí el poder no intenta minimizar las consecuencias de una catástrofe, especialmente si hay muertos de por medio. Tampoco oculta información sensible cuando puede quedar en evidencia, ni mucho menos persigue a aquellos que denuncian su dejadez o negligencia. Ante una crisis las democracias liberales responden de una manera completamente distinta a como lo hacen las dictaduras comunistas.

Jesús Aguirre, consejero de Sanidad andaluz y el arcángel san Rafael, nombrado médico de honor.
Por increíble que pueda parecer el actual consejero
andaluz de Sanidad (y familias), Jesús Aguirre,
nombró en su día médico honorífico al arcángel
San Rafael ¿Tendrán que encomendarse a este
último los afectados por listeriosis? 

     ¿En serio? No hay que irse demasiado lejos para comprobar que, en realidad, tienden a responder de forma muy similar, de manera tal que los responsables políticos piensan principalmente en salvar sus traseros. Y cuando digo que no hay que irse demasiado lejos me refiero a que debemos ir a parar a Andalucía para comprobar la lamentable gestión de la Junta en referencia al brote de listeriosis. Sí que son odiosas las comparaciones, ya que el actual gobierno andaluz no pasa por ser precisamente de extrema izquierda (más bien diría todo lo contrario). En todo caso, ante las fatales intoxicaciones provocadas por la dichosa bacteria cuyo foco estaba en las plantas de la empresa Magrudis, la reacción de la junta ha sido bastante “soviética”, valga la ironía. Tal y como denuncia FACUA (ver la noticia 10 mentiras de la Junta de Andalucía sobre la alerta por listeriosis) la actuación al respecto del gobierno autonómico ha sido un auténtico decálogo de incompetencia, ocultación de información y comportamiento irresponsable. Negar que se estaba en estado de alerta sanitaria, afirmando además que “la situación estaba controlada”, cuando los casos de afectados por haber consumido carne mechada se siguieron reproduciendo. Mentir descaradamente acerca de los análisis clínicos a realizar para detectar la enfermedad, o en su defecto negando el riesgo de contaminaciones cruzadas. Encubrir a la empresa en todo momento, no informando que comercializaba otros productos contaminados bajo una marca blanca, mintiendo además al afirmar que ésta había colaborado con total transparencia. Asegurar que se habían retirado todos los productos de riesgo, cuando se podían seguir comprando en distintos establecimientos, o que no se habían distribuido más allá de la provincia de Sevilla, cuando poco después se supo que varias partidas se enviaron fuera incluso de Andalucía. Tratar de desvincular ciertos casos de abortos con la listeriosis. En fin, menos mal que se trataba de una bacteria que infectó en una fábrica unas partidas de alimentos, porque no quiero ni imaginar cómo se habría comportado esta gente en caso de enfrentar una catástrofe de gran magnitud. Es posible que se hubieran limitado a ir a los toros, para distraerse un rato mientras miles sucumben, y que después nos hubieran aconsejado rezarle al arcángel San Rafael.

     En resumen, mejor no comparemos porque es posible que, al hacerlo, no salgamos tan bien parados como pensábamos. Ni las protestas por estas latitudes son obra principalmente de sanguinarios terroristas que quieren subvertir el orden constitucional y destruir la democracia, ni aquellas que se producen en otros países digamos, diferentes, están protagonizadas siempre por modélicos defensores de la libertad a los que hay que ensalzar. Y por supuesto ni otros gobiernos son totalmente inoperantes en la gestión de una crisis, ni por aquí lo hacemos de forma ejemplar en todos los casos. En el fondo, a pesar de diferencias ideológicas y culturales, todos terminamos actuando muchas veces de forma similar porque somos humanos. Si cometemos errores, sentimos el impulso de ocultarlos para que no nos señalen. Si alguien no comparte nuestras ideas, tendemos a criticarlo aunque esté reivindicando algo que pueda ser justo. Después de todo no es tan desacertado decir que nadie es mejor que nadie o, dicho de otro modo, nadie es peor que nadie.

Kwisatz Haderach