El siglo XXI será el siglo de las guerras de quinta generación. Conflictos no convencionales en los que el uso y dominio de las redes digitales será determinante. No sólo para repeler o lanzar ciberataques, sino también para condicionar la opinión pública a una escala nunca vista e incluso coordinar acciones violentas de grupos infiltrados en territorio enemigo.
Este tuit fue lanzado el pasado mes de noviembre por un conocido líder opositor venezolano. En el se muestra una presunta foto del derrocado presidente boliviano Evo Morales, junto a los conocidísimos narcotraficantes Pablo Escobar y “Chapo” Guzmán. Todo y que la instantánea no es más que un burdo montaje, dicho tuit se difundió masivamente poco después de la salida de Morales de Bolivia, como parte de una campaña orquestada para destruir su imagen pública mediante todo tipo de bulos. |
Creación masiva de cuentas falsas en redes sociales que se suman interesadamente a determinadas causas. Uso de bots para replicar mensajes concretos a escala astronómica y que así lleguen a todas partes. Ejércitos de trolls a sueldo que intoxican, difaman y difunden todo tipo de fake news las 24 horas del día los 365 días al año. En el campo de batalla de las redes sociales no se conquistan territorios, se conquistan mentes y por eso gobiernos y grupos políticos o económicos más o menos poderosos se sirven de ellas para manipular la opinión pública o difundir determinadas ideas o discursos. El control de la información y la propaganda como instrumento de guerra y para manipular a las masas no son desde luego tácticas novedosas, pero el uso de las nuevas tecnologías ha amplificado enormemente su potencial. Gracias a ellas ahora es posible llegar a millones de personas simultáneamente, estén en el rincón del mundo en el que estén, e influir a todas horas sobre ellas mediante el uso de discursos concretos o noticias convenientemente seleccionadas (o manipuladas). Algo de esto hemos visto la pasada semana con la Cumbre del COP25 en Madrid, a la que acudieron dirigentes y personalidades de todo el mundo para discutir acerca de la amenaza del Cambio Climático. En ocasiones como esta los negacionistas climáticos se muestran especialmente activos en las redes, con el objeto de crear el máximo ruido posible y distraer la atención del tema principal (puesto que debatir sobre cuestiones científicas no es desde luego su fuerte). Es por eso que al final parecía más importante estar pendientes de lo que hiciera o dejara de hacer Greta Thunberg, o de las polémicas declaraciones de Javier Bardem o de quien fuera, y lo superfluo desplazaba a lo esencial. Es la táctica de “intentar acabar con el mensaje matando a los mensajeros”, como si todo esto nada más fuera el capricho o la obsesión de una jovencísima activista sueca y un puñado de ecologistas, así como también un negocio que se traen entre manos determinados famosillos y políticos oportunistas. Desprestigiándoles a ellos tratamos de empañar la causa que dicen defender y, como en otros casos, las nuevas tecnologías pueden ser usadas para difundir con gran eficacia este mensaje tóxico. En este caso se intenta hacer olvidar que lo que hagan o digan determinadas personas nada tiene que ver con la amenaza real (para informarse mejor sobre ella recomiendo el artículo ¿Cambio climático o cambio global? – del portal Naukas – o este estudio publicado en la revista BioScience, donde 11.000 científicos de todo el mundo presentan sus preocupantes conclusiones).
Así pues vemos cómo las redes digitales pueden convertirse en un arma más dentro de lo que algunos ya denominan guerras de quinta generación. Según la doctrina militar estadounidense, enunciada en su día por el ideólogo ultraconservador William S. Lind, a lo largo de la Historia reciente han existido cuatro generaciones de guerras (ver este enlace a Wikipedia). Las guerras de primera generación surgen con la aparición de ejércitos profesionalizados y permanentes (puesto que en el pasado esto no era lo habitual) y el uso generalizado de armas de fuego. La segunda generación de conflictos viene acompañada de la industrialización, que permite movilizar con rapidez gran cantidad de tropas (mediante el uso del ferrocarril por ejemplo) y se fundamenta en el uso de maquinaria bélica de un gran poder destructivo (artillería, buques acorazados, submarinos, aviación…). La tercera generación de guerras llega cuando el uso de la tecnología deviene en la herramienta principal para alcanzar la superioridad militar respecto a tus adversarios, por lo que ya no es tan importante disponer de ejércitos con un enorme número de soldados, sino que prima la sofisticación de tu armamento (misiles de largo alcance, bombas inteligentes, cazas de tecnología furtiva, sistemas de guerra electrónica…). Finalmente llegamos a las guerras de cuarta generación, que comprenden la llamada guerra asimétrica y también las guerras de baja intensidad. Estamos hablando ya de conflictos no convencionales, puesto que no necesariamente han de enfrentar a los ejércitos de dos estados. Se trata de hacer frente a un adversario poderoso, con gran capacidad armamentística y de medios, mediante técnicas de guerrilla, agitación en las calles, sabotajes, ataques terroristas, fuerzas interpuestas, operaciones encubiertas y, por supuesto también, el arma de la propaganda y la contrainformación. De esta manera un contendiente modesto puede ir desgastando las fuerzas de otro en apariencia muy superior, de ahí el concepto de la asimetría. Una guerra de cuarta generación puede ser también la forma en que dos potencias se enfrenten sin llegar a hacerlo directamente, pues el choque no conviene a ninguna de las dos dada la paridad de fuerzas. Ejemplos de ello serían los conflictos de Vietnam y el que se libró en Iraq tras la invasión estadounidense.
¿Qué serían entonces las guerras de quinta generación? Básicamente una variante de las de cuarta generación, pero en las que el componente del ciberespacio ya ocupa un papel central. El uso de estos medios de alta tecnología se convierte entonces en un arma con la que golpear y desestabilizar al oponente. Manipulación masiva de las redes sociales, invención de noticias falsas a escala industrial, ciberespionaje indiscriminado como medida de control de masas, uso de las redes de telefonía móvil en tácticas de guerrilla urbana, ataques informáticos a gran escala y así un largo etcétera. Ya ni tan siquiera es necesario eliminar físicamente al enemigo, basta con neutralizarlo de otras formas, tal y como hemos visto en el caso boliviano. Las guerras de quinta generación podrían llegar a ser de tan baja intensidad que ni tan siquiera las veríamos como tales, excepción hecha de determinados incidentes puntuales (porque en última instancia la violencia sería necesaria para la consecución de los objetivos). El enfrentamiento se traslada a una dimensión virtual donde lo que se destruye primero es la imagen del adversario, mientras el campo de batalla se difumina tanto que se extiende por todo el mundo. Así conflictos locales terminan conectados en una única lucha global por el control de las mentes de cientos de millones de personas, reclutadas digitalmente como soldados inconscientes que defenderán desde sus casas una causa que no tiene por qué ser la suya. Todo a la velocidad de la luz a la que se trasladan los datos a través de las líneas de fibra y cableado.
Con la llegada de la tecnología 5G y lo que se conoce como el “Internet de las cosas”, el escenario se volverá más complejo incluso y las herramientas de control a usar por parte de gobiernos y grandes corporaciones se multiplicarán exponencialmente. A nivel doméstico viviremos rodeados de sofisticados aparatos que estarán conectados a la Red, enviando y recibiendo información constantemente, por lo que el umbral de la privacidad podría desaparecer por completo. Con multitud de objetos comunes (neveras, televisores, robots de limpieza, aparatos de climatización…) convertidos en espías dentro de tu propia casa, podrían surgir nuevas formas de manipulación que ni tan siquiera sospechamos. Si a eso le sumamos la extensión de la videovigilancia a todos los espacios públicos, que vendrá pareja al uso de los sistemas de reconocimiento biométricos (no únicamente basados en la identificación de los rasgos faciales), podríamos estar a las puertas del nacimiento de un Gran Hermano global. Un mundo de exposición permanente y en el que no hay lugar donde esconderse ¿Cómo serán las guerras en un mundo así? A buen seguro los conceptos clásicos, ejércitos enfrentados en un campo de batalla localizado, quedarán completamente desfasados. La lucha se podría librar en todas partes, en la dimensión física y también en el ciberespacio, frente a enemigos que podrían adoptar múltiples formas y que por supuesto no tendrían por qué ir uniformados. Un campo de batalla global y, quizá también, una guerra permanente en la que podríamos terminar luchando todos sin ser conscientes de ello. Unos lo harán con armas de fuego, otros con armas informáticas (virus, troyanos, etc.) y aún otros con las armas de la desinformación y la propaganda. Ese futuro ya se está perfilando y el poder de control lo tendrían las élites de siempre. Se modifican o amplían las herramientas a usar, se potencian las capacidades, surgen nuevos escenarios, pero la mentalidad sigue siendo la misma.