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El siglo XXI será el siglo de las guerras de quinta generación. Conflictos no convencionales en los que el uso y dominio de las redes digitales será determinante. No sólo para repeler o lanzar ciberataques, sino también para condicionar la opinión pública a una escala nunca vista e incluso coordinar acciones violentas de grupos infiltrados en territorio enemigo.

Tuit del diputado opositor venezolano Henrique Salas que difunde un bulo sobre la relación de Evo Morales con el narcotráfico.
Este tuit fue lanzado el pasado mes de noviembre por un conocido líder opositor venezolano. En el se muestra una
presunta foto del derrocado presidente boliviano Evo Morales, junto a los conocidísimos narcotraficantes
Pablo Escobar y “Chapo” Guzmán. Todo y que la instantánea no es más que un burdo montaje, dicho tuit se
difundió masivamente poco después de la salida de Morales de Bolivia, como parte de una campaña orquestada
para destruir su imagen pública mediante todo tipo de bulos.  
     
      La tecnología pondrá a disposición de los líderes de las principales naciones una amplia gama de técnicas para llevar a cabo guerras secretas, para las cuales se necesitará de apenas un mínimo de fuerzas de seguridad en el campo.

Zbigniew Brzezinski (Entre dos edades: el rol de Estados Unidos
en la era tecnotrónica – 1970).


      Durante la segunda quincena del pasado mes de noviembre una oleada de violentos disturbios, iniciados en teoría por la muy impopular decisión del gobierno de elevar en un 50% los precios del combustible (además de limitar la cantidad diaria del mismo que podría comprar cada ciudadano), sacudió las principales ciudades de Irán. La violencia pareció extenderse de forma increíblemente rápida en lo que los medios internacionales calificaron como un “estallido popular” en contra del opresivo y odiado régimen de los ayatolás, pero sorprende el alcance de los ataques realizados y su efectividad. Más de 700 sucursales bancarias, unos 140 edificios de la administración, 70 estaciones de servicio, 50 comisarías o instalaciones de los cuerpos y fuerzas de seguridad y un sinfín de comercios fueron arrasados por enjambres de agitadores que parecían actuar de forma perfectamente coordinada, amén de saber con precisión dónde y cuándo atacar para lograr el impacto deseado ¿De verdad grupos de manifestantes incontrolados, movidos por una indignación y rabia espontáneas, son capaces de semejante nivel de destrucción? Más sabiendo que los ataques fueron extrañamente selectivos, pues en determinadas barriadas de las ciudades más grandes, curiosamente donde se concentra la población que podríamos definir como más “pro-occidental”, no se registraron asaltos ni incidentes de importancia. Las protestas se saldaron, al parecer, con más de 200 muertos y obviamente los medios en Occidente han puesto énfasis en la brutal represión del régimen y el apagón informativo impuesto en Irán para evitar que sepamos lo que allí está ocurriendo realmente.
     Este alzamiento presuntamente popular fue finalmente sofocado, pero al contrario de lo que podría parecer la violencia no fue contenida en su mayor parte mediante una represión policial-militar pura y dura. Tal y como relata la analista Soraya Sepahpour-Ulrich en su artículo Iran social unrest: protest and carefully provocations, esta campaña de agresiones perfectamente orquestada pudo ser contrarrestada con gran éxito mediante la desconexión total de Internet y las redes inalámbricas en todo Irán durante 6 días. Si sorprende la intensidad de los ataques y su alcance, mucho más sorprende la facilidad con la que fueron neutralizados tras el gran “apagón digital” en el país persa ¿Por qué la violencia se detuvo, se podría decir que casi de un día para otro, después de esto? Más allá de todo lo relacionado con la libertad de expresión, muy poco será lo que hablen los medios de por aquí acerca de esto para llegar al fondo del asunto. Porque de hacerlo quedaría en evidencia que toda esa violencia formaba parte de una campaña de desestabilización perfectamente planificada, en la que intervinieron por supuesto no pocos actores internos pero también externos. Al dejar fuera de servicio Internet y las redes inalámbricas de telefonía, el gobierno de Rohaní dejó sin soporte alguno a los enjambres de agitadores profesionales, principales responsables de los ataques más graves. Actuando casi como comandos paramilitares, grupos relativamente reducidos de personas bien entrenadas en tácticas de insurgencia y guerrilla urbana, pueden coordinarse mediante el uso de teléfonos móviles o recibir y enviar información e instrucciones usando Internet para atacar cualquier objetivo desprevenido, camuflándose perfectamente entre una multitud de manifestantes con los que en principio no tendrían por qué tener relación alguna. No sólo buscan el anonimato entre la masa para evitar ser detectados, sino que también pueden incitarla a provocar altercados.
     Eso era lo que precisamente estaba sucediendo en Irán y las autoridades del país tomaron nota. Sin poder comunicarse a través de Internet, ni coordinarse mediante teléfonos móviles, los agitadores perdieron toda capacidad de acción y los ataques cesaron de repente. Esto demuestra dos cosas. La primera que el estallido de violencia no fue un fenómeno espontáneo, pues necesitó de gente entrenada en este tipo de tácticas para iniciarse. La segunda que, dado lo bien coordinados que estaban los agitadores y el enorme daño que lograron causar en relativamente poco tiempo, muy probablemente contaron con apoyo o asesoramiento del exterior. Una vez más la oscura mano estadounidense y sus revoluciones de colores, financiadas a través de ese instrumento de la CIA que es la NED (National Endowment for Democracy), cuyo rastro puede seguirse desde Hong Kong hasta Venezuela; allí donde exista un gobierno contrario a los intereses de Washington. Que Irán es uno de los objetivos prioritarios de la administración Trump no es un secreto para nadie y tiempo llevan tratando de destruir al régimen de los ayatolás. Las presiones económicas no lo estaban debilitando a la velocidad suficiente y una agresión militar directa es una aventura en exceso arriesgada (sin ir más lejos el pasado junio las defensas antiaéreas iraníes derribaron sin problemas uno de los drones más sofisticados de la USAF). Desde esta perspectiva, orquestar una campaña de desestabilización interna, en la que las nuevas tecnologías de la esfera digital ocupen un papel destacado, no es en absoluto descabellado para conseguir el tan deseado cambio de régimen en el país persa. Tan solo era necesario un detonante y, en ese sentido, la impopular medida del gobierno con respecto a los combustibles proporcionó la excusa perfecta.
     Porque si esta táctica funcionó en otras partes también podría haber funcionado en Irán, aunque al final no ha resultado ser el caso (o no al menos de momento). Sí lo ha sido por ejemplo en Bolivia, donde el uso de las redes digitales también ha jugado un papel más importante de lo que cabría imaginar. Difundir la idea de que hubo un flagrante fraude electoral, para después sacar a las calles a los consabidos enjambres de agitadores, que provocaron graves altercados y acosaron y agredieron a miembros electos del MAS (el partido del presidente Morales), llegando incluso a quemar sus casas, formaba parte de un plan preestablecido. A diferencia del caso iraní, Evo Morales perdió el apoyo de policía y ejército y eso resultó determinante. Autoproclamada una nueva presidenta mediante un procedimiento por completo ilegal y con el presidente legítimo huido a México, se consumó el golpe sin necesidad de que los militares derrocaran al anterior gobierno a sangre y fuego, tal y como hacían en otros tiempos.
     No obstante, en lo que a la esfera digital se refiere, lo realmente interesante vino después de la caída de Morales. Tal y como muestra este esclarecedor artículo de eldiario.es, una vez efectuado el golpe se hizo necesario un intenso lavado de imagen del nuevo régimen en el exterior para tratar de legitimarlo. Y en esa operación de lavado las redes sociales tuvieron un papel destacadísimo. En los días posteriores al golpe las cuentas de Twitter de algunos de los principales protagonistas, como la presidenta autoproclamada Jeanine Áñez  y el líder ultraderechista Luis Fernando Camacho, pasaron de tener unos pocos miles de seguidores a tener cientos de miles. En ocasiones se registra un aumento del número de seguidores de hasta más de 20.000 ¡en un solo día!, lo cual da para sospechar bastante. Durante esas confusas semanas del mes de noviembre otros muchos miles de cuentas fueron creadas y, casi todas sin excepción, replican de forma machacona los mismos mensajes. Hubo fraude electoral por parte del gobierno del MAS y lo que sucedió a continuación fue una insurrección ciudadana mayormente pacífica, no un golpe de estado. También se difunden de forma masiva bulos y manipulaciones (como el ejemplo del tuit que encabeza el artículo) con el objeto de destruir la imagen de Evo Morales y otros dirigentes indígenas. En todo esto llama poderosamente la atención que, la práctica totalidad de la actividad en Twitter y otras redes, tuviera lugar fuera de Bolivia, principalmente en otros países de Latinoamérica, pero también en Europa occidental y Estados Unidos ¿Qué podría demostrar esto? Dado que la “acción” en las redes trascurría principalmente más allá de las fronteras del país andino, estaríamos ante una operación a gran escala con el objeto de condicionar a la opinión pública internacional. Es lo que los expertos en este tipo de campañas llaman astroturfing (por Astro Turf, una conocida marca estadounidense de césped artificial, cuyas réplicas parecen hierba natural), un operativo diseñado por determinados grupos o agencias con suficiente capacidad y recursos, pero que se pretende hacer pasar como algo espontáneo, un movimiento horizontal surgido en las redes fruto de una masiva reacción ciudadana. Nada más lejos de la realidad, porque lo que se busca es engañar a la opinión pública para que crea que hay mucha gente defendiendo algo que en realidad ha sido prefabricado.

     Creación masiva de cuentas falsas en redes sociales que se suman interesadamente a determinadas causas. Uso de bots para replicar mensajes concretos a escala astronómica y que así lleguen a todas partes. Ejércitos de trolls a sueldo que intoxican, difaman y difunden todo tipo de fake news las 24 horas del día los 365 días al año. En el campo de batalla de las redes sociales no se conquistan territorios, se conquistan mentes y por eso gobiernos y grupos políticos o económicos más o menos poderosos se sirven de ellas para manipular la opinión pública o difundir determinadas ideas o discursos. El control de la información y la propaganda como instrumento de guerra y para manipular a las masas no son desde luego tácticas novedosas, pero el uso de las nuevas tecnologías ha amplificado enormemente su potencial. Gracias a ellas ahora es posible llegar a millones de personas simultáneamente, estén en el rincón del mundo en el que estén, e influir a todas horas sobre ellas mediante el uso de discursos concretos o noticias convenientemente seleccionadas (o manipuladas). Algo de esto hemos visto la pasada semana con la Cumbre del COP25 en Madrid, a la que acudieron dirigentes y personalidades de todo el mundo para discutir acerca de la amenaza del Cambio Climático. En ocasiones como esta los negacionistas climáticos se muestran especialmente activos en las redes, con el objeto de crear el máximo ruido posible y distraer la atención del tema principal (puesto que debatir sobre cuestiones científicas no es desde luego su fuerte). Es por eso que al final parecía más importante estar pendientes de lo que hiciera o dejara de hacer Greta Thunberg, o de las polémicas declaraciones de Javier Bardem o de quien fuera, y lo superfluo desplazaba a lo esencial. Es la táctica de “intentar acabar con el mensaje matando a los mensajeros”, como si todo esto nada más fuera el capricho o la obsesión de una jovencísima activista sueca y un puñado de ecologistas, así como también un negocio que se traen entre manos determinados famosillos y políticos oportunistas. Desprestigiándoles a ellos tratamos de empañar la causa que dicen defender y, como en otros casos, las nuevas tecnologías pueden ser usadas para difundir con gran eficacia este mensaje tóxico. En este caso se intenta hacer olvidar que lo que hagan o digan determinadas personas nada tiene que ver con la amenaza real (para informarse mejor sobre ella recomiendo el artículo ¿Cambio climático o cambio global? – del portal Naukas – o este estudio publicado en la revista BioScience, donde 11.000 científicos de todo el mundo presentan sus preocupantes conclusiones).

     Así pues vemos cómo las redes digitales pueden convertirse en un arma más dentro de lo que algunos ya denominan guerras de quinta generación. Según la doctrina militar estadounidense, enunciada en su día por el ideólogo ultraconservador William S. Lind, a lo largo de la Historia reciente han existido cuatro generaciones de guerras (ver este enlace a Wikipedia). Las guerras de primera generación surgen con la aparición de ejércitos profesionalizados y permanentes (puesto que en el pasado esto no era lo habitual) y el uso generalizado de armas de fuego. La segunda generación de conflictos viene acompañada de la industrialización, que permite movilizar con rapidez gran cantidad de tropas (mediante el uso del ferrocarril por ejemplo) y se fundamenta en el uso de maquinaria bélica de un gran poder destructivo (artillería, buques acorazados, submarinos, aviación…). La tercera generación de guerras llega cuando el uso de la tecnología deviene en la herramienta principal para alcanzar la superioridad militar respecto a tus adversarios, por lo que ya no es tan importante disponer de ejércitos con un enorme número de soldados, sino que prima la sofisticación de tu armamento (misiles de largo alcance, bombas inteligentes, cazas de tecnología furtiva, sistemas de guerra electrónica…). Finalmente llegamos a las guerras de cuarta generación, que comprenden la llamada guerra asimétrica y también las guerras de baja intensidad. Estamos hablando ya de conflictos no convencionales, puesto que no necesariamente han de enfrentar a los ejércitos de dos estados. Se trata de hacer frente a un adversario poderoso, con gran capacidad armamentística y de medios, mediante técnicas de guerrilla, agitación en las calles, sabotajes, ataques terroristas, fuerzas interpuestas, operaciones encubiertas y, por supuesto también, el arma de la propaganda y la contrainformación. De esta manera un contendiente modesto puede ir desgastando las fuerzas de otro en apariencia muy superior, de ahí el concepto de la asimetría. Una guerra de cuarta generación puede ser también la forma en que dos potencias se enfrenten sin llegar a hacerlo directamente, pues el choque no conviene a ninguna de las dos dada la paridad de fuerzas. Ejemplos de ello serían los conflictos de Vietnam y el que se libró en Iraq tras la invasión estadounidense.

     ¿Qué serían entonces las guerras de quinta generación? Básicamente una variante de las de cuarta generación, pero en las que el componente del ciberespacio ya ocupa un papel central. El uso de estos medios de alta tecnología se convierte entonces en un arma con la que golpear y desestabilizar al oponente. Manipulación masiva de las redes sociales, invención de noticias falsas a escala industrial, ciberespionaje indiscriminado como medida de control de masas, uso de las redes de telefonía móvil en tácticas de guerrilla urbana, ataques informáticos a gran escala y así un largo etcétera. Ya ni tan siquiera es necesario eliminar físicamente al enemigo, basta con neutralizarlo de otras formas, tal y como hemos visto en el caso boliviano. Las guerras de quinta generación podrían llegar a ser de tan baja intensidad que ni tan siquiera las veríamos como tales, excepción hecha de determinados incidentes puntuales (porque en última instancia la violencia sería necesaria para la consecución de los objetivos). El enfrentamiento se traslada a una dimensión virtual donde lo que se destruye primero es la imagen del adversario, mientras el campo de batalla se difumina tanto que se extiende por todo el mundo. Así conflictos locales terminan conectados en una única lucha global por el control de las mentes de cientos de millones de personas, reclutadas digitalmente como soldados inconscientes que defenderán desde sus casas una causa que no tiene por qué ser la suya. Todo a la velocidad de la luz a la que se trasladan los datos a través de las líneas de fibra y cableado.

     Con la llegada de la tecnología 5G y lo que se conoce como el “Internet de las cosas”, el escenario se volverá más complejo incluso y las herramientas de control a usar por parte de gobiernos y grandes corporaciones se multiplicarán exponencialmente. A nivel doméstico viviremos rodeados de sofisticados aparatos que estarán conectados a la Red, enviando y recibiendo información constantemente, por lo que el umbral de la privacidad podría desaparecer por completo. Con multitud de objetos comunes (neveras, televisores, robots de limpieza, aparatos de climatización…)  convertidos en espías dentro de tu propia casa, podrían surgir nuevas formas de manipulación que ni tan siquiera sospechamos. Si a eso le sumamos la extensión de la videovigilancia a todos los espacios públicos, que vendrá pareja al uso de los sistemas de reconocimiento biométricos (no únicamente basados en la identificación de los rasgos faciales), podríamos estar a las puertas del nacimiento de un Gran Hermano global. Un mundo de exposición permanente y en el que no hay lugar donde esconderse ¿Cómo serán las guerras en un mundo así? A buen seguro los conceptos clásicos, ejércitos enfrentados en un campo de batalla localizado, quedarán completamente desfasados. La lucha se podría librar en todas partes, en la dimensión física y también en el ciberespacio, frente a enemigos que podrían adoptar múltiples formas y que por supuesto no tendrían por qué ir uniformados. Un campo de batalla global y, quizá también, una guerra permanente en la que podríamos terminar luchando todos sin ser conscientes de ello. Unos lo harán con armas de fuego, otros con armas informáticas (virus, troyanos, etc.) y aún otros con las armas de la desinformación y la propaganda. Ese futuro ya se está perfilando y el poder de control lo tendrían las élites de siempre. Se modifican o amplían las herramientas a usar, se potencian las capacidades, surgen nuevos escenarios, pero la mentalidad sigue siendo la misma.                                                      

Kwisatz Haderach