El nivel de inversión en I+D+i, así como la independencia de los proyectos de investigación con respecto a los distintos gobiernos o vientos ideológicos de turno, son un muy buen indicativo de la apuesta que una determinada sociedad hace por su futuro. En función de esto bien podemos afirmar que no corren buenos tiempos para la Ciencia en algunos lugares, aunque por fortuna no en todos.
Arriba desglose del gasto realmente ejecutado en investigación y desarrollo por los distintos gobiernos españoles desde el año 2000 a la actualidad. Los datos se reflejan según porcentaje del PIB nacional con respecto a cada año. |
La deprimente gráfica de más arriba ha sido extraída del más que recomendable artículo publicado en The Conversation I+D+i: Quo vadis España?, escrito por el economista José Ignacio Ruiz ¿Qué nos muestra? Básicamente y por decirlo sin rodeos que, en lo referente a investigación y desarrollo, llevamos casi dos décadas perdidas en España ¿Hemos oído hablar algo sobre esto? Durante estos días andamos muy preocupados con eso de que al final habrá repetición electoral, amén de otras tantas cuestiones previamente seleccionadas por los principales medios de persuasión, que son los que al final marcan la pauta de lo que debe importarnos y preocuparnos y lo que no. Cataluña, los inmigrantes, la situación económica, algún que otro crimen escabroso que hace las delicias del periodismo sensacionalista basura y que ha sido perpetrado por algún personaje al que todos debemos odiar muchísimo…
Una vez más las estadísticas hablan por sí solas y para eso podemos contemplar la tabla de más arriba (extraída del portal bantec.es) y que muestra datos del 2015. En comparación con los ocho países de la parte superior del ranking, aquellos que invierten más de 1.000 € por habitante en investigación y desarrollo (Suecia, Dinamarca, Israel, Austria, Estados Unidos, Japón…), y que presupuestan en muchos casos entre el 3% y el 4% de su PIB para estos fines, no sabemos si lo de España es para echarse a reír o a llorar. Una inversión de 284 € por habitante en I+D+i, y eso recordando que los datos son de 2015 y que desde entonces esa partida ha seguido disminuyendo, nos dice muchísimo de lo que a nuestros políticos les importa la Ciencia y el desarrollo científico-tecnológico. Este gasto per cápita no sólo está por debajo del de otros países como Eslovenia o República Checa, que sin ánimo de menospreciar tampoco son un referente mundial en cuanto a investigación, sino que además está muy por debajo de la media por habitante en la UE, que es de 560 €. De hecho en cuanto a porcentaje del PIB también está muy por debajo, un 1,22% frente a un 2,03%.
Grave, ¿verdad? Volviendo sobre el artículo del que se hablaba al principio vemos que es incluso más grave. La tabla por países hace referencia a los gastos presupuestados, no a los efectivamente ejecutados. Una vez más en el caso español, la diferencia entre lo que se presupuesta y lo que finalmente se termina gastando en distintos proyectos de investigación, muy en especial en lo referente a la inversión privada, ha ido aumentando hasta niveles de vergüenza. Antes de la crisis de 2008 se ejecutaba hasta el 90% del gasto financiero presupuestado, diez años más tarde apenas sí se ejecutaba el 20% de lo que había presupuestado. No por alucinante este dato deja de mostrarnos también el interés que nuestra egregia clase empresarial siente hacia el I+D+i. En resumen y para ser concisos, que nuestras clases dirigentes hace tiempo que dejaron de apostar por el futuro del país. Eso en el caso de que alguna vez hayan apostado. Negros nubarrones sobre nuestro horizonte.
Bueno, desde siempre hemos sabido que España no es país para investigadores y por eso los más brillantes suelen hacer carrera en el exterior. Sin embargo las malas noticias se multiplican y llegan incluso desde Estados Unidos, un país que ha sido un referente en I+D+i desde hace más de un siglo; la cuna al fin y al cabo de tantísimas investigaciones punteras, desarrollos tecnológicos revolucionarios, premios Nobel… Pues bien, tal y como muestra el artículo Cuando los animalistas le hacen el juego (y aumentan el beneficio) de las multinacionales, del portal La Ciencia y sus Demonios, recientemente la prestigiosa Agencia para la Protección del Medio Ambiente (EPA) de Estados Unidos ha anunciado que, de aquí al 2035, va ir dejando de financiar y realizar ensayos con animales en sus laboratorios, hasta abandonar por completo dicha práctica en la citada fecha. Debemos recordar que la EPA es la encargada de emitir los estándares de regulación que deben seguirse en todo lo referente a asuntos de salud pública y protección medioambiental lo que, en el caso que nos interesa, se traduce en que sus ensayos sirven para determinar el posible riesgo que puede llegar a tener para la salud humana y el medio ambiente cualquier producto de la industria que deba ser comercializado. De esta manera se evita en la medida de lo posible que una sustancia potencialmente dañina llegue al mercado, puesto que las regulaciones y ensayos realizados por la EPA están ahí para impedirlo.
Arriba imágenes de dos prototipos de los llamados “órganos-chip”. Simulan de forma simplificada el funcionamiento de determinados órganos, pero en un plano todavía puramente teórico. |
Ahí es donde entramos en el espinoso tema de los ensayos con animales en laboratorio, a día de hoy imprescindibles para determinar con un alto grado de certeza la inocuidad o toxicidad de una determinada sustancia. El anuncio de la EPA se ha presentado como una gran victoria del movimiento animalista en Estados Unidos, puesto que miles de infortunados ratones y cobayas se librarán del martirio y la muerte a manos de un ejército de insensibles científicos. Lo que mucha gente no parece capaz de preguntarse es cómo diablos vamos a poder determinar si un compuesto concreto puede resultar tóxico para los organismos vivos, ya sean humanos o animales, si no podemos previamente probarlo en organismo alguno. No nos llevemos a engaño, ni los ensayos in vitro con cultivos celulares de tejidos (técnica que se ha desarrollado muchísimo en las últimas décadas), ni los llamados modelos bioinformáticos y los “órganos-chip” (simulaciones de sistemas vivos que, a día de hoy, son más bien ciencia-ficción), son suficientes para sustituir al completo los ensayos con animales. No lo son porque organismos como los mamíferos son tan increíblemente complejos, con un grado de interrelaciones cruzadas entre sus distintos órganos y sistemas tan intrincado, que no hay cultivo celular o simulación informática que se acerque ni de muy lejos a imitarlos. Los ensayos con animales se pueden reducir con ayuda de técnicas como estas, en ocasiones de manera muy ostensible, pero no sustituir al completo. Lo que en la práctica se traduce en que, lo no se pruebe en animales dentro de laboratorios, de una u otra forma terminará probándose con seres humanos, aunque sea con productos que ya se distribuyen en masa en el mercado.
Y a eso es a lo que vamos. Lo sucedido en Estados Unidos con la EPA es un buen ejemplo de cómo el buenismo infantiloide e izquierdoso (entiéndase esto último como una degeneración de lo que debería ser una ideología de izquierdas) de los animalistas, se pone al servicio (suponemos que de forma involuntaria) de los intereses de la oligarquía neoliberal que controla la industria farmacéutica y similares. Porque por increíble que pueda parecer, y por motivos por supuesto por completo distintos, ambos colectivos ansiaban desde hace tiempo acabar con los ensayos con animales. Las razones de los animalistas las conocemos de sobra ¿Pero y las de los gerifaltes de la industria? Lo suyo es una apuesta por la máxima desregulación posible para abaratar los costes de salida al mercado de un producto todo lo que se pueda. Y claro, da la casualidad de que los ensayos con animales son, con diferencia, la fase más costosa del largo proceso para poder autorizar un producto para su comercialización y uso. Lo son por todo el tiempo y recursos que se han de invertir para su realización, ya que esto implica el mantenimiento de sofisticados animalarios, realización de numerosas pruebas que se prolongan durante meses, etcétera. Ahorrarse todo eso antes de lanzar al mercado cualquier cosa es el sueño de todo directivo de una gran compañía, un regalo para su cuenta de resultados aunque, eso sí, muy probablemente a costa de la salud de los ciudadanos y del medio ambiente. Poco importará eso a personajes como Andrew Wheeler, alto cargo de la EPA colocado allí por el gobierno Trump, y por ello muy próximo a posiciones corporativas. No en balde este sujeto trabajó en el pasado para los lobbies del carbón y es un conocido negacionista del Cambio Climático, lo cual no extraña sabiendo quién lo ha nombrado y también nos demuestra el respeto que siente hacia la Ciencia. Bravo por los animalistas, instrumentalizados y al servicio de las políticas ultraliberales del actual inquilino de la Casa Blanca. Como botón de muestra ahí va el siguiente dato. Según la propia EPA la reducción de ensayos con animales les ha permitido ahorrarse unos 300 millones de dólares en los últimos siete años (ver esta noticia de Público). Poniendo cifras de por medio ya vemos mucho mejor por dónde van las cosas.
Cuando se ponen trabas a la investigación de calidad por motivos políticos y económicos, o se aparca en un cajón para que se cubra de polvo, toda la sociedad sale perjudicada en su conjunto. No es desde luego una apuesta de futuro. Pero si parece que en Occidente no estamos haciendo lo que debemos en algunos casos, ¿en otras partes del mundo se actúa precisamente de forma contraria? Si hay un país que está demostrando muy claramente su más que decidida apuesta por el I+D+i éste es China, que para el año 2024 está previsto que supere a Estados Unidos en cuanto al nivel de inversiones en este sector. Tal y como muestra el artículo I+D global en 2019, el progreso del gigante asiático en los últimos 25 años realmente no tiene parangón. Si la tabla de más arriba nos muestra que, en 2015, China invertía más 176.000 millones de dólares en I+D, esta cifra ha aumentado hasta los 500.000 millones en 2019, con lo que ya se aproxima al 4% de su PIB. En cuatro años la inversión casi se ha triplicado y, sólo en el último ejercicio, el incremento se ha cifrado en 22.000 millones, que es más que el cómputo global de lo que España destina a estos mismos fines. Con tan espectacular progreso los chinos ya concentran el 22% de la inversión global en I+D, pisándoles los talones a Estados Unidos (que representan el 25% de la inversión global en este sentido) y muy por delante de otras grandes potencias científicas mundiales como Japón (el 8,3% del total) o Alemania (el 5,3%).
Arriba una gráfica de cómo China lidera asalto a las nuevas tecnologías que marcarán el futuro. El pasado año 2018, de las diez empresas que más patentes de tecnología 5G desarrollaban, cuatro eran chinas, con Huawei y Hisilicon en el primer y tercer puesto (acumulando en conjunto más de 18.000 patentes). De hecho, sólo las nórdicas Ericsson y Nokia parecen seguir su estela. Este despliegue chino en el sector de las altas tecnologías era impensable hace sólo 20 años (Fuente: statista.com). |
Podemos decir que, en lo referente a la inversión per cápita, el país asiático no deslumbra tanto. Dado que cuenta con una población de más de 1.380 millones, si bien su crecimiento se ha frenado bruscamente, tenemos que el gasto por habitante asciende a unos 328 dólares, lo cual no parece ninguna maravilla si lo comparamos con los campeones en ese sentido, países ya mencionados que gastan más de 1.000 dólares por habitante en este ramo. Sin embargo resulta innegable que los progresos chinos en ese sentido son más que espectaculares y sólo hay que compararlos con el triste caso español. El sorpasso que nos ha dado el gigante asiático desde 2015 es antológico. Ese año nuestra inversión por habitante en I+D era casi dos veces y media la suya; a día de hoy nos han tomado una significativa ventaja. Y los progresos cada vez son más impresionantes. China ya cuenta con más personal investigador que Estados Unidos (1,6 millones), genera cuatro veces más patentes anuales (1,2 millones) y sus publicaciones científicas (llamadas técnicamente papers) suponen ¡el 23% del total mundial! De hecho han conseguido colocar a dos de sus universidades, la Tsinghua y la de Beijing, en el ranking de las 30 mejores del mundo (ver ranking QS 2019). Los chinos lideran el desarrollo en tecnología 5G e Inteligencia Artificial y, en la próxima década, preveen convertirse en la gran potencia referente en el campo científico y tecnológico (ver también el artículo de este blog China 2025). En cuanto a otros campos del I+D+i tampoco se están durmiendo en los laureles. En los últimos años, tal y como se muestra en este artículo del portal científico Naukas, China ha dado un impresionante impulso a su carrera espacial con el envío de las misiones lunares del programa Chang´e (que hace referencia a una antigua divinidad, precisamente la diosa de la Luna). Por último cabe mencionar el proyecto del China Electron Positron Collider, un gigantesco acelerador de partículas circular de 100 kilómetros que rivalizará con el CERN de Ginebra.
En resumen, esto sí es apostar por el futuro y la prosperidad de un país. Y eso quizá explique el creciente estado de alarma estadounidense con respecto al gigante asiático, que con el señor Trump se ha tornado en guerra comercial y, tal vez en un futuro cercano, termine convertida en algo infinitamente más serio y peligroso para el mundo entero. Pero esa es otra historia. Lo que no cabe duda es que el camino emprendido por China con respecto al I+D y la Ciencia en general es el correcto, muy al contrario de lo que sucede por estas latitudes. Pero no debemos olvidar que, en ese sentido, los asiáticos nos tomaron como patrón a los occidentales y ahora ya parece que nos superan (de hecho Asia en su conjunto ya concentra más del 44% de la inversión global en I+D). Para nuestra desgracia, y debido a los vaivenes de nuestra cada vez más populista e incompetente clase política, el sol de la Ciencia se está poniendo en Occidente mientras asciende con fuerza en el Lejano Oriente.