Los elevados niveles de desigualdad actuales y la locura desatada de los casinos financieros, podrían ser interpretados como síntomas de un sistema económico global gravemente enfermo ¿Estamos ante un modelo insostenible y destructivo incapaz de generar estabilidad y riqueza real?
La presente tabla muestra de forma muy esquemática y sencilla las distintas clases de derivados financieros existentes en la actualidad, así como las entidades que los emiten y, en el caso español, el organismo supervisor. Llama la atención en primer lugar la variedad de productos de este tipo existentes, ya que no son los únicos instrumentos financieros que podemos encontrarnos. En segundo lugar llama todavía más la atención que algunos de estos derivados (forwards, permutas, derivados de crédito…) no estén sujetos a supervisión alguna, por lo que operan en un mercado sobre el que no existe ningún control (Fuente: Blog Bankinter). |
Imaginemos la siguiente situación hipotética. Disponemos de 100 € a repartir entre 100 personas, ¿cómo realizaríamos dicho reparto? Lo lógico siendo equitativos es que le tocara un euro a cada uno, así todos reciben lo mismo. Sin embargo, en vez de hacerlo así, organizamos la distribución de dinero de la siguiente manera: una sola persona se queda con 45 €, otras nueve se reparten otros 37 (con lo que tocan a 4,11 € cada una), las 40 personas siguientes tienen que repartirse entre ellas 17 € (con lo que tocan a unos 42 céntimos por cabeza) y, ya por último, a las 50 personas que quedan les damos el euro que resta para que lo dividan (quedándose así con dos míseros céntimos cada una). Con toda seguridad el sujeto que se ha llevado cerca de la mitad del dinero estará más que satisfecho, mientras que aquellos que se han llevado algo más de 4 € no lo estarán tanto ni mucho menos, todo y que también les ha tocado un pequeño pellizco ¿Pero qué pensarán las 90 personas restantes? A nadie extrañaría que pensaran que les han tomado el pelo en grado sumo, porque repartir entre todos el dinero disponible de semejante manera es sencillamente demencial.
El citado ejemplo me parece especialmente visual a la hora de hacernos una idea acerca de cómo está distribuida la riqueza en el mundo. Un informe de Crédit Suisse así lo muestra (ver el siguiente artículo), ya que desvela que el 1% más rico de la población acapara el 45% de la riqueza global, mientras que al 50% más pobre no le queda más que el 1%. Me viene a la mente la típica imagen del ricachón disfrutando de un espectacular banquete en el que las exquisiteces se extienden hasta donde alcanza la vista, mientras que las migajas y otros restos mínimos de comida que caen accidentalmente de la mesa se van colando por un rejilla que hay en el suelo, yendo a parar a un lóbrego sótano donde se hacina una masa hambrienta a la espera de poder recoger algo por insignificante que parezca. Así parece estar diseñado el orden económico imperante actualmente, un sistema que beneficia exageradamente a unos pocos en detrimento de la inmensa mayoría. Esos pocos son la élite de millonarios con fortunas superiores a los 50 millones de dólares, un selecto grupo de algo más de 168.000 personas que rige los destinos de la humanidad. Y dentro de esta élite existe otra súper élite, la de los 8 mega ricos (Bill Gates, Amancio Ortega, Warren Buffet, Carlos Slim, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Larry Ellison y Michael Bloomberg) que acaparan para sí más riqueza que la mitad más pobre del planeta (ver esta noticia de BBC mundo de 2017). Hablamos de una élite que no conoce fronteras, pues opera en lo que el periodista de investigación Oliver Bullough denomina “el País del Dinero” (o Moneyland, título de su último e interesantísimo libro, publicado en España por la Editorial Principal). Éste es un país al que la inmensa mayoría de la gente no puede acceder, el país de los paraísos fiscales por donde circulan billones y billones de dólares con total opacidad, el país del blanqueado de dinero procedente de todo tipo de actividades corruptas y criminales y el país en el que realmente viven los que Bullough denomina los cleptócratas globales. No es un lugar físico en sí, pues puede estar en cualquier parte. Allí donde va a parar el dinero o donde estos cleptócratas deciden asentarse.
Frente a ellos tenemos a los desdichados de la Tierra, esos 1.300 millones de personas, algo más del 23% de la población, que sufren la denominada pobreza multidimensional ¿Cómo definimos esta clase de pobreza? Según Naciones Unidas es aquella que afecta a todos los aspectos de la vida de un individuo. Es decir, inseguridad alimentaria o incluso desnutrición, sin acceso o con un acceso muy deficiente a la escolarización, sin acceso a un sistema de saneamiento adecuado y a fuentes de agua potable fiables, sin acceso a electricidad, sin acceso a una infraestructura sanitaria de mínimos, sin acceso a medios de trasporte modernos… Como vemos a día de hoy son muchísimos los millones de personas que todavía se encuentran en esa situación, unas vidas en las que no ha habido progreso alguno de una generación a otra o, incluso peor, donde las condiciones se han ido deteriorando a medida que han pasado los años. Ante semejante tesitura no es de extrañar que, viendo la opulencia en la que viven algunos, mucha gente atrapada en una situación de pobreza extrema como esta opte por abandonar sus tierras de origen en busca de la promesa de una vida mejor. Parte de los actuales fenómenos migratorios se explican por esto, esa aspiración de alcanzar a disfrutar una pequeña parte aunque sea de esa riqueza que les ha sido negada a millones de personas sin razón aparente. Después de todo, ¿por qué no han de tener todas ellas derecho a unos niveles de vida mejores allá donde deseen establecerse? Si otros ya lo lograron, ¿por qué no ellos también? Negárselo así sin más tampoco parece razonable.
¿Cómo explicar semejante nivel de desigualdad? Evidentemente es algo estructural y las causas hunden sus raíces en la construcción misma del actual sistema capitalista altamente financiarizado. Esto último quiere decir que, en especial a partir de la década de los 80 del pasado siglo, la economía productiva (la real, que genera bienes y servicios de consumo) se supeditó por completo a la economía financiera, que vive únicamente por y para la especulación, sin generar beneficio alguno para la inmensa mayoría de los habitantes del planeta. Puede parecer un discurso de tintes políticos anticapitalistas, pero se sustenta en datos empíricos, tal y como muestra el artículo La locura de las finanzas internacionales, de Juan Torres López. Después de hacer un breve repaso por los tipos de productos existentes en los mercados internacionales de divisas y derivados financieros (mostrando algunos que más bien parecen diseñados como armas para causar un gran daño, como es el caso de los CDS – credit default swaps -, permutas de incumplimiento crediticio), nos habla acerca de los demenciales volúmenes de dinero que se mueven diariamente por estos mercados. Para hacernos una idea, sólo el mercado de intercambio extrabursátil de derivados de tasas de interés (una de las muchas “especies” que habitan este mundo) mueve al día unos 6,5 billones de dólares, que es 5 veces el PIB actual de España. De hecho el volumen anual de intercambios en el mercado internacional de divisas alcanza cifras realmente desproporcionadas y delirantes, ¡siendo 65 veces superior al comercio mundial de bienes y servicios en el mismo periodo! Tal es su magnitud que, si aplicáramos una tasa de tan solo el 0,8% a cada una de estas transacciones (80 centavos por cada 100 dólares intercambiados, en la práctica una nimiedad), ya no sería necesario recaudar más impuestos de ningún tipo, pues lo así obtenido bastaría para cubrir todo el gasto público mundial (estimado en unos 30 billones de dólares anuales). Es decir, una pequeña tasa a este tipo de transacciones financieras y ¡adiós a TODOS los impuestos que pagamos el común de los mortales a lo largo y ancho del mundo!
Está claro que, desde hace varias décadas, en Occidente ha existido una clarísima voluntad política que permitió la creación y posterior expansión absolutamente desmesurada de este universo paralelo mayormente desconectado de la economía real, la de la gente de a pie que se las tiene que ingeniar para salir adelante en el día a día. Esta voluntad y respaldo políticos, que se materializaron en una desregulación creciente del sector financiero, vino acompañada de espectaculares avances informáticos, que permiten que un volumen inmenso de transacciones complejas se puedan efectuar en cuestión de milisegundos (cuando antes habría resultado materialmente imposible realizarlas). Fue esa unión entre la informática y unas políticas gubernamentales dominadas por el extremismo ultraliberal, la que dio lugar a esta especie de “Big Bang financiero”. Y ahora este universo totalmente fuera de control se ha convertido en una fuente permanente de inestabilidad y problemas altamente nocivos para el conjunto de la humanidad, pues no genera ninguna riqueza real. Esto último es más que evidente, ya que parece fuera de toda lógica que el mercado de divisas y derivados mueva una cantidad de dinero decenas de veces superior al volumen del comercio mundial de bienes y servicios ¿De dónde diablos sale toda esa monstruosa cantidad de dinero? No parece ser más que humo circulando de aquí para allá bajo la forma de ceros y unos, una riqueza virtual que va hinchándose como un globo dentro de su ilimitada dimensión ficticia, pero que termina afectando negativamente a todo lo demás al ser uno de los instrumentos favoritos (por no decir el principal) de esa cleptocracia que gobierna el mundo.
¿Se puede poner freno a este gigantesco casino global? Los impedimentos son de dos tipos, técnicos y políticos. Técnicos porque la velocidad a la que se realizan casi todas las transacciones las hace casi instantáneas, por lo que resulta tremendamente complicado controlarlas a tiempo real. Sin embargo los mismos avances informáticos que hicieron posible estas operaciones, también harían posible controlarlas en un futuro próximo, únicamente es cuestión de ponerse a trabajar para desarrollar las herramientas adecuadas que permitieran hacerlo. Los impedimentos de índole política ya son harina de otro costal, ya que a día de hoy no existe, al menos en Occidente, una voluntad real por regular los mercados financieros. El fundamentalismo ultraliberal es dogma de fe entre las élites y van a hacer todo lo posible por impedir cualquier tipo de regulación. Si éstas finalmente se aplican no será por su buena voluntad, sino porque no habrá más remedio, lo que deja bien claro que poner coto a esta locura sólo es cuestión de querer hacerlo realmente. Como ya se ha dicho, los instrumentos técnicos podrían desarrollarse sin problemas en no demasiado tiempo.
No parece éste pues un escenario muy halagüeño. Enormes desigualdades, una élite de súper ricos acaparadora al frente del desmadrado casino en que se ha convertido una economía mundial altamente financiarizada y cientos de millones de personas subsistiendo sin apenas nada o incluso padeciendo de inanición ¿Vivimos en la época más desigual de la Historia? Atendiendo a que los ricos de ahora son, con diferencia, los más ricos de todos los tiempos y la pobreza a escala mundial sigue siendo uno de los mayores problemas, se podría pensar que sí. Pero esto podría ser sólo una apariencia que no nos deja ver el trasfondo de tendencias históricas a mucho más largo plazo. Para ello observemos la representación gráfica, extraída del portal unitedexplanations.org, que aparece justo abajo.
En todo esto vemos una clara diferencia respecto al capitalismo financiarizado patrocinado desde Occidente. Porque las inversiones de Beijing lo son en la economía productiva generadora de riqueza real. Tal vez por eso un gran número de países en Asia, África e incluso en Europa y Latinoamérica, han ido sumándose a esta iniciativa generalmente con entusiasmo. Estados Unidos alimenta el temor a que un excesivo endeudamiento para con el gigante asiático en este sentido, haga que los chinos empleen la deuda como instrumento de dominación colonial frente a aquellas naciones que cayeron en su “trampa”. En un escenario de creciente rivalidad a todos los niveles entre las dos grandes potencias esto no debería extrañarnos lo más mínimo, cosas de la geopolítica al fin y al cabo. Sin embargo de un tiempo a esta parte resulta curioso que tanto Estados Unidos como sus satélites europeos, que ejemplifican la democracia y el respeto a las libertades y los derechos humanos, se comporten en el escenario internacional como los grandes promotores del caos y la desestabilización, el unilateralismo impuesto por la fuerza militar, el desprecio más absoluto a la legalidad internacional, el terrorismo económico (vía bloqueos y sanciones en muchos casos ilegales) y las finanzas tóxicas e irresponsables. Mientras que otras potencias como Rusia, país de una baja calidad democrática y con un gobierno en muchos aspectos autoritario, o China, un régimen totalitario de partido único (el PCCh), promuevan precisamente lo contrario. El multilateralismo, el respeto a las normas y convenciones internacionales, la soberanía de las naciones (aunque con clamorosas excepciones), la solución de los conflictos por la vía diplomática y los grandes proyectos comerciales que redundan en una riqueza palpable (no en la especulación pura y dura). Es evidente que no todo es blanco o negro, Rusia es el hogar por ejemplo de un buen número de cleptócratas que desvían enormes cantidades de dinero a sus bolsillos vía paraísos fiscales, pero estás son a grandes rasgos las dos grades visiones que pugnan por imponerse.
A nadie se le escapa que esto no es una lucha entre dos modelos antagónicos, como lo fue en el pasado el enfrentamiento entre comunismo y capitalismo durante la Guerra Fría. Es más bien una lucha inter-capitalista entre grandes potencias que se posicionan en sus respectivas esferas de influencia. La superpotencia dominante, Estados Unidos, parece estar en declive, todo y que su primacía militar, peso político internacional y sobre todo su apabullante dominio cultural (el inglés es la lengua vehicular comúnmente aceptada en todas partes y los valores y mensajes de la cultura anglosajona devienen en muchos casos en universales), pueden amortiguar y mucho este declive. Frente a esto Asia en general y China en particular luchan por convertirse en el nuevo centro económico, político y cultural del siglo XXI, si bien bajo unos estándares distintos a los occidentales (fuertemente influenciados todavía por el supremacismo racial y la época del colonialismo) ¿Quién se impondrá finalmente? La mayor de las desgracias sería que no lo hiciera nadie, pues nos encontramos ante una crisis medioambiental de alcance global que, en las próximas décadas, podría amenazar muy seriamente la supervivencia de la civilización tal y como la conocemos. La Historia nos enseña que civilizaciones avanzadas y refinadas del pasado (como la maya o la jmer) colapsaron al alterar su entorno hasta un punto irreversible. Eso mismo está ocurriendo ahora mismo, con la “pequeña” diferencia de que tiene lugar a escala planetaria. Después de todo si nuestro modelo económico y de vida padece una enfermedad incurable, no será por las desigualdades sociales o la inestabilidad política que genera. Eso no son más que síntomas. La causa del mal es más profunda y nos habla de un entorno que tarde o temprano podría volverse en nuestra contra. Muchos dicen que debemos luchar por salvar al planeta, pero la gran ironía es que, en un futuro, puede que seamos nosotros los que tengamos que luchar para salvarnos del planeta. Y, sin otro lugar a donde ir (ver el artículo de este blog A dos minutos del apocalipsis), que no quepa la menor duda que esta pelea la perderemos nosotros.