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De un tiempo a esta parte la extrema derecha nacional populista, con la complicidad de los medios de comunicación masas, trata de imponer su jarabe antidemocrático al resto de la sociedad. El objetivo es normalizar el acoso, los insultos, amenazas y agresiones por parte de este colectivo como algo que los demás deberíamos aceptar sin más.

Fotograma del vídeo en el que se observa el escrache practicado este viernes a la ministra de Trabajo Yolanda Díaz en Toledo por parte de un grupo de trabajadores del sector taurino.
Todo y que la imagen no es buena, aquí se puede ver
a un grupo de violentos abalanzándose sobre el coche 

de la ministra Yolanda Díaz.
      Las comparaciones son odiosas, suele decirse a menudo, y he aquí dos ejemplos que así lo muestran. El primero nos retrotrae a abril de 2019, a la campaña electoral de la primera convocatoria a las urnas de ese año, que luego no sirvió de nada porque terminó habiendo una segunda en noviembre por el empeño de Pedro Sánchez de complicar las cosas. Parece que haya pasado toda una vida desde entonces, sobre todo porque la pandemia de COVID-19 lo ha trastocado y distorsionado todo a un nivel que ni nos podíamos imaginar sólo unos meses antes, pero el caso es que el 14 de abril de 2019 Albert Rivera acudía a un mitin de Ciudadanos en la localidad vasca de Rentería. Cuesta ya encontrar imágenes del suceso, pero el que entonces seguía siendo el “niño bonito” del IBEX35 (poco costó amortizarlo más tarde) tuvo la ocurrencia de realizar el acto en una circunscripción en la que su partido no tenía ni la más remota posibilidad de rascar ningún escaño, pues como aquel que dice los votantes de la formación naranja se podían contar con los dedos de la mano. A esto hay que añadir que la ciudad en cuestión es un conocido bastión de la izquierda abertzale ¿Ganas de provocar? Que cada unos extraiga sus propias conclusiones. El caso es que uno de los momentos más tensos se vivió cuando el coche que llevaba a Rivera al mitin interrumpió una manifestación autorizada, mientras efectivos de la Ertzaintza bloqueaban a los participantes para dejarlo pasar. Es en ese preciso instante cuando algunos manifestantes se abalanzan sobre el vehículo profiriendo todo tipo de insultos, la policía autonómica interviene de inmediato con gran contundencia y Rivera pasa sin mayores impedimentos, todo y que algunas personas que nada habían hecho terminan recibiendo más de un porrazo. La tensión continuaría durante el propio mitin, cuando más manifestantes acudieron con intención de boicotearlo y se produjeron más cargas policiales. Se como fuere Ciudadanos pudo concluir el acto y los incidentes que lo envolvieron se saldaron con más de 23 procesados (tal y como señala ElNacional.cat).

     Vamos con la comparación odiosa, este caso con el segundo ejemplo que es mucho más reciente, pues tuvo lugar la semana pasada. La ministra de Trabajo Yolanda Díaz acudía a un acto en Toledo y, a la salida, un reducido grupo de trabajadores taurinos se abalanzó sobre su vehículo oficial, zarandeándolo, rompiendo un retrovisor y dedicándole lindezas como “hija de puta” y “golfa de mierda”. La escasa policía interviene para impedir que la cosa pase a mayores, aunque de forma muy comedida, y todo se salda sin que nadie sea detenido o tan siquiera identificado. Sin entrar en la mayor o menor legitimidad de los manifestantes en uno y otro caso, su forma de proceder se puede considerar muy similar, pues en ambos su actitud es claramente agresiva e intimidante. Lo que no es similar es la actuación policial, un tanto desproporcionada en un caso y especialmente cuidadosa en el otro; procesados en el primero y en el segundo ni tan siquiera identificados… al menos por el momento. Y eso que en el primero estamos hablando de un candidato (con escaño de diputado, eso sí) y en el segundo de una ministra. El tratamiento que sobre todo determinados medios hicieron y han hecho de estos dos sucesos es también llamativo. A lo de Rivera lo calificaron de “acoso y boicot por parte de un grupo de violentos e intolerantes”, pero lo de Díaz fue “un escrache”.

     Cosa curiosa, desde que a la extrema derecha nacional populista le ha dado por acosar y amenazar a los políticos y personajes públicos que no son de se agrado, el concepto de escrache se ha ampliado que no veas. Al menos aquí en España en origen se trataba de protestas relacionadas con la oleada de desahucios que afectó al país después de la crisis iniciada en 2008, cuando los afectados y activistas se plantaban frente a los domicilios o lugares habituales de trabajo de determinados políticos a los que se pretendía señalar por ser en parte los responsables de esa tragedia. La finalidad de la protesta era denunciar una situación que se consideraba injusta. Todo y que dicha protesta a veces rebasaba ciertos límites, su carácter solía ser principalmente pacífico. Ahora no obstante un escrache puede ser casi cualquier cosa, sobre todo si quienes lo protagonizan agitan banderitas de España o las lucen en su pulsera o mascarilla. Desde acosar de forma incesante a una familia, menores incluidos, junto a su casa durante semanas, llegando incluso a subirse a los muros de la vivienda para grabar su interior; hasta amenazar a alguien en un bar al grito de “maricón de mierda” ¿La finalidad de estas “protestas”? Ninguna en especial aparte de vomitar odio y hacerle saber a los que las sufren “que no tienen cabida en España”. Esa España fascistoide donde, por supuesto, no tienen cabida otros muchos millones de personas. Desde miembros del colectivo LGTBI o todas aquellas mujeres que se consideren feministas o lo parezcan, pasando por todos aquellos que tienen un tono de piel más oscuro de lo recomendable, hasta catalanes, vascos y todo aquel que sea sospechoso de tener ideas progresistas. Mucha gente al fin y al cabo a la que perseguir, acosar, insultar, amenazar o incluso agredir. El facherío tiene hobby para rato.

     Ese es el jarabe antidemocrático que quieren hacernos tragar, para que nos acostumbremos y veamos como normal que vayan haciendo por ahí lo que les dé la gana. Y a esa tarea los medios de comunicación/propaganda se han aplicado también en ocasiones con gran entusiasmo. Hablar de fascismo o extrema derecha parece casi tabú en muchos de esos medios, pues prefieren emplear eufemismos como “constitucionalistas”, “defensores de la unidad de España”, “nostálgicos” (bonita palabra siempre y cuando no le añadas la coletilla “del franquismo”) o, si te aventuras mucho, “ultras” (como si estuvieran hablando de exaltados forofos de un club de fútbol). El blanqueamiento del fascismo en España, por parte de los medios y otras instancias, probablemente no tenga parangón en toda Europa occidental. No sólo no se los llama por su nombre nunca o casi nunca, sino que además se pretende equiparar sus arrebatos de odio e intolerancia, cuando no agresiones en toda regla, con las acciones de otros colectivos. Una cosa es reivindicar derechos o denunciar abusos y otra muy distinta agredir al que piensa diferente y, precisamente, eso último es casi lo único que suele caracterizar las acciones de la extrema derecha. Utilizar la intimidación, el miedo y la violencia como arma política es una de las señas de identidad del fascismo. Que no pretendan hacernos creer lo contrario.

     Cebarse de manera implacable y despiadada con los más débiles y vulnerables, como demuestra la obsesión casi enfermiza de Vox con los menores extranjeros que llegan a nuestro país sin familia y sin recursos. Y arrastrarse de manera increíblemente sumisa ante los poderosos, como ha quedado bien patente con la actitud de la derecha durante las negociaciones en Bruselas para la búsqueda de un acuerdo sobre el programa conjunto de reconstrucción para paliar los efectos de la pandemia (una cosa es que la UE haya demostrado su inoperancia para responder de manera rápida y eficaz a una crisis terrible e imprevista como esta, amén de que al final de la partida siempre es Alemania la que sale ganando, pero otra muy distinta es hacer todo lo posible para que el acuerdo perjudique lo máximo a España, poniéndose de inmediato del lado de los austericidas, sólo para desgastar más al gobierno). Esas son también señas de identidad del fascismo. Si a todo esto le añadimos una buena dosis de egoísmo e insolidaridad, desprecio hacia los demás, mucha incultura, incapacidad para razonar, ganas de difundir todo tipo de burdas mentiras y cómo no también cobardía, tenemos la radiografía perfecta del facherío hispánico. El término “jarabe democrático” fue acuñado, acertadamente o no, por miembros de Podemos y su entorno para referirse a los escraches que se le hacían a políticos corruptos y otros miembros del entonces gobierno del PP. Ahora, a modo de vengativa rabieta, la extrema derecha nacional populista secuestra la palabra para enmascarar sus acciones de odio y violencia. Acciones que rozan, cuando no lo son claramente, lo que se podrían considerar actos de terrorismo.

     Y lo son por mucho que nuestros jueces anden mucho más preocupados en encontrar a toda costa cualquier atisbo de ilegalidad en la forma de proceder de un vicepresidente cuando no lo era (dándole una y mil vueltas al caso de un dichosa tarjeta telefónica inutilizada, que le fue robada a una colaboradora por un equipo de maleantes disfrazados de “policía patriótica”), cuando no se empeñan en “reeducar” (perdón, quería decir humillar) a políticos independentistas presos, que en poner freno a las agresiones fascistas. No se puede esperar más (o menos) de ellos, porque tampoco tienen problemas a la hora de mirar hacia otro lado en lo que a las prácticas de un ex monarca corrupto se refiere. La extrema derecha de este país está muy malcriada ¿Cómo no se va a crecer cuando medios de comunicación y otros poderes fácticos dan a entender que la calle es suya y puede hacer lo que quiera? Si no hay consecuencias tampoco hay el menor incentivo para cambiar de actitud, todo lo más se retroalimentan los comportamientos intolerantes y violentos.

     En otra entrada de este blog escribí hace unos meses que España se encontraba en una situación algo precaria, debido principalmente a la crisis institucional que la aqueja, el fragmentado y crispado panorama político y la situación económica, pues arrastrábamos todavía las consecuencias de la crisis de 2008. “El edificio tiene desperfectos, pero por el momento parece que no se va a hundir”, eran las palabras aproximadas. Sin embargo a continuación había un condicionante, ¿resistiría si venía una nueva sacudida más brutal que la de hace más de diez años? Por entonces yo ni nadie podíamos imaginarlo, pero la pandemia ha sido esa sacudida brutal que nos ha cogido desprevenidos. Que la economía española se está hundiendo es algo que cualquiera puede ver, más si no vienen turistas del extranjero (uno de esos viejos “motores económicos” que nos hemos resistido a cambiar). Esto en un escenario de miedo e incertidumbre provocado por el nuevo coronavirus, que ha generado sufrimiento y muerte a una escala no vista en décadas y que, con toda seguridad, va a provocar mucho más sufrimiento (quizá no tanto directamente, pero sí indirectamente). Un golpe así puede terminar descomponiendo nuestra sociedad. No hoy ni mañana, pero sí más a largo plazo. Y para evitarlo una cosa está meridianamente clara, el jarabe antidemocrático y violento del fascismo no ayuda en nada, más bien sólo contribuye a hundir el país todavía más ¿Es eso patriotismo? ¿Quiénes son entonces los verdaderos enemigos de España? Ambas preguntas se responden por sí solas.         

El último de la clase